El poblamiento que existió en la Comarca de los Pedroches a lo largo del Calcolítico Inicial – Bronce Final, se zambulló en un vacío poblacional que se mantiene durante el Bronce Medio y Final; y resurge muy sutilmente en la fase protohistórica a través de algunos pequeños núcleos habitaciones, mal definidos (o poco conocidos) dedicados a la minéria y la metalurgia; entre los que son conocidos en la comarca: Cerro del Castillo de Belalcázar (Belalcázar), El Soldado (Vva. del Duque) el Calatraveño, Ermita de S. Sebastián y Atalayuela (Alcaracejos), Cerro de las Jaras (Añora) y Fuente de los Tinajeros (Vva. de Córdoba) aunque estos dos últimos sus raíces hay que buscarlas en el Calcolítico Inicial.
Algunos de estos asentamientos parecen tener su raíz en el Bronce Final o periodo orientalizante (Atalayuela) y se pueden datar a finales de la cultura Tartésica (S. VI a. C.) que en Andalucía coincide con el nacimiento de los pueblos ibéricos de origen tribal que la habitarán desde el S. V a. C. hasta finalizada la romanización en que desaparecen absorbidos por el Imperio Romano a finales del S. I a. C.
Entre estos pueblos se asientan en Andalucía occidental los Turdetanos (herederos del mítico reino de Tartesos) junto a algunos contingentes celtibéricos que se localizan entre el río Ana (Guadiana) y el Betis (Guadalquivir) y la zona central de Sierra Morena y Sur de Ciudad Real será ocupada por los Túrdulos (primos hermanos de los turdetanos) y los Bastetanos que se localizan en la zona oriental de Andalucía, y cuya ciudad recibía el nombre de Barti, la actual Baza (Granada).
Las materias primas con que contaban estos pueblos fue el principal motivo de los viajes de fenicios, griegos y cartagineses hicieron navegando hacia las costas de Andalucía, entre las que se contaban en especial los metales: oro, plata, cobre, estaño, plomo y hierro; de la abundancia de plata en el territorio túrdulo y la destreza de sus orfebres queda reflejada en los tesorillos argénteos de los Almadenes (Alcaracejos), Moralejo (Vva. de Córdoba) y Azuel (Cardeña) también trabajaron con gran maestría el hierro, del que confeccionan la panoplia guerrera del pueblo ibero, es especial formada por la temible falcata y la lanza de una sola pieza, el soliferreum, los que acompañaba la caetra o pequeño escudo circular usado para el combate cuerpo a cuerpo.
Pastorearon una buena ganadería, en especial, caballos, cabras, vacas, ovejas de las que su lana era utilizada para tejer la célebre capa hispana llamada sagum, encontrándose en las excavaciones arqueológicas en poblados infinidad de pesas de telar de cerámica, junto a pequeñas fusayolas de plomo para ser colocadas en el extremo inferior del huso de hilar la lana.
Los íberos edificaron un poblado sobre cerros o colinas que pudiesen ofrecer fácil resistencia, los que aterraban en varios escalones situando en ellos sus viviendas que eran de forma rectangular y compartimentas en varias estancias en las que se llevaban a cabo los trabajos industriales y domésticas; generalmente estos poblados estaban rodeados de fuertes murallas desde las que se divisaban las sementeras.
Estos usaron para su enterramiento el rito de la incineración copiado de celtas y griegos, aunque en muchas ocasiones coexistía con el rito de la inhumación.