Con los viejos sustratos poblacionales del Neolítico, también conocido como Cultura de las Cuevas, se inició una nueva etapa cronocultural denominada Calcolítico (3.000 – 2.000 a.C.) recibiendo su nombre por el descubrimiento del primero de los metales: el cobre, iniciándose con ello la Era de los Metales.

Así, esta nueva actividad de la extracción de la tierra del mineral conlleva la manufacturación de este metal, a las que se le suman las actividades agropecuarias, vieja herencia del Neolítico, como fue la producción de alimentos basados en la agricultura con siembra y recolección de cereales como el trigo y la cebada. Y ganadería con la cría en cautividad de oveja, cabra, cerdo y vaca sin desdeñar la caza que debió practicarse en las cercanías de las sementeras.

A estas actividades de la minería y la metalurgia, al principio no se les concedió demasiada importancia y los objetos ya manufacturados fueron usados como un bien de prestigio social ostentado por guerreros y chamanes.

Este nuevo bien no era de utilidad para estas clases trabajadoras, por lo que el hombre continuó fabricando útiles de piedra para llevar a cabo sus actividades.

Estas gentes vivieron en poblados al aire libre formados por varias chozas o cabañas circulares o tendentes al círculo construido con zócalos de piedra, paredes de ramajes rebozados de barro y techo cónico construido con ramas de árboles, tierra y excrementos de vaca que las hacía impermeables; en un primer momento fueron construidas en lugares llanos y a mediados de este periodo cambiarán su ubicación construyéndolos en los cerros.

Estos poblados tenían un área de aprovechamiento de materias primas de 5 km de radio en la que siembran, pastorean y laboreaban los filones de mineral de cobre de sus inmediaciones.

Para enterrar a sus muertos siguieron la ancestral costumbre neolítica de darles sepultura en grandes tumbas megalíticas que se distribuyen irregularmente por el área de captación de recursos, cumpliendo con ello una doble función: la de contenedores funerarios y la de ser testimonio de la propiedad de la tierra que habían heredado de sus antecesores enterrados en ellas.

Por tanto, entierran a sus muertos por el rito de la inhumación acompañado de un ajuar funerario compuesto por puntas de flecha de diversos pedernales, cuencos, platos, ollas cerámicas y ocasionalmente algún pequeño cuchillo de cobre, punzón, etc.